miércoles, 26 de agosto de 2015

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Nuestra cotidianidad día a día nos susurra con voces ensordecedoras sobre aquello que no poseemos.


El conjunto de necesidades que tenemos cada uno como individuo se rebela cada vez que un evento específico detona la guerra, ésa guerra que nos recuerda ante todo lo que NO somos.


Crecimos en una sociedad que nos grita en cada esquina, en cada centro comercial, en cada cajero automático, en cada tienda de ropa, en cada maniquí, en cada comercial de televisión, en cada tendencia, en cada canción , en cada película, en cada linda chica, en cada exitoso hombre, en cada billetera vacía, en cada compra imposible; lo que NO somos.


Qué pasaría si el mundo resaltara más a menudo lo que somos, lo que ya poseemos, qué pasaría si el mensaje cotidiano no nos tratara de arruinar el día, ni los esfuerzos que con cada pedazo de nuestro corazón hacemos por ser.


Qué pasaría si el mundo no tratara de descalificar lo que soy ofreciéndome cada vez más millones de millones de alternativas vanidosas y efímeras de lo que podría llegar a ser.


Qué pasaría si cada uno de nosotros, desde nuestro interior, decidimos poco a poco entender que somos suficientes, que no necesitamos ajustarnos a las velocidades extenuantes con las que corren las tendencias, las demandas de belleza, de éxito, de dinero, de poder.


Qué pasaría si comenzamos a focalizar nuestra atención en lo que en ESTE momento es nuestro, en lo que ahora mismo poseemos, qué pasaría si decidimos rasgar el velo enceguecedor de las exigencias irreales del mundo en el que vivimos y comenzamos a vernos a nosotros mismos con toda la riqueza interior que más allá que una significación cliché, es lo único real y permanente que poseemos.


Tal vez respiraríamos, descansaríamos. Viviríamos.