jueves, 5 de mayo de 2016

El perfume

Tal como Jean Baptiste Grenouille, nació el helado en la putrefacción,
en las calles sucias de la ciudad de Villavicencio, a cambio de 2,500 pesos que bien hubieran servido para un bus y medio.

El helado que elegí tenía dos sabores: ron con pasas y maracuyá, salivé, lo recibí, lo llevé a mi boca, empecé a amarlo con todas las fuerzas del capricho, me supo al Cimetière des Innocents. ¡Qué asco!

Era un helado sin la más mínima intención de ser helado, quería derretirse, extinguirse, no existir. Era insípido, pálido, la vergüenza del maracuyá y del ron con pasas.

Seguí caminando, me encontré con el olor a cebolla, fruta descompuesta, mecánicos sudando, gente de barrio clase media, mal oliente porque se acabó el agua en el país de llame más tarde a ver.

Caminaba y caminaba comiendo mi heladito bastardo, el infierno que estaban viviendo mis papilas gustativas no lo veían los animales instintivos carnimujerívoros, ellos sólo veían una damita siendo el espectáculo de esa tarde de párpados caídos.

Entré a mi mundo, antes de llegar a casa busqué la caneca azul donde se deposita la caca de los perros .Metí el helado justo allí, adonde pertenecía, pude sentir que descansó cuando se encontró piel a piel con el excremento. Lo sentí eternamente agradecido y yo me sentí como el alma más caritativa.