lunes, 28 de julio de 2014

LLueves



Oraciones que mi corazón oró ascendieron y se acumularon en una nube que hoy estalla, una nube que llueve gloria, tu gloria.


Desciende un diluvio de tus misericordias, de tu favor, de tu gracia.

Va viniendo el relámpago de tu poder quebrantando todo lo que ha sido, proclamando que ya nunca más será.


Vienes y mueves mi universo. Vienes a derramar lo que aún ni merezco.


¿Quién soy yo para que engendres de mis deseos, las más maravillosas realidades?


Quién soy yo para que cada día acaricies mi existencia con la dicha de saber que viva estoy en ti.


Quién soy yo para que me permitas navegar en los ríos más refrescantes de tu corazón, empapándome de tu gloria, gritando de tu libertad, abrazando la realidad de tu presencia.


Quién soy yo para que me consientas con tus minuciosos detalles, esos que sólo tú y yo conocemos, esos que me dibujas con un susurro sin palabras que me dice: Yo Te Amo, te pienso, estoy aquí.


No hay mayor gozo, no hay nada mejor que tu dulce amor.

No hay nada más precioso que sentir que cada palpito de mi corazón va acompañado de tu deseo de darme vida, una vida dirigida de tu mano, de tu soplo, de tu aliento.


Piensas en mí,

¿qué más necesito yo saber?


Te vistes de gloria, me envuelves.

Entretejida dentro de tu corazón, allí estoy.

viernes, 4 de julio de 2014

Todo es un proceso que queremos acelerar a un ritmo irreal. La gente no se ahoga porque no sabe nadar. 

¡Boom!

No quisiera llorar pero se me salen las letras. 
El que come sólo estalla mal. 

Extraño estar sola. Extraño hablar conmigo y asincerarme tanto hasta romperme el corazón con puñaladas de transparencia. 

Ser equilibrado es deshumanizarse. Ahí está Dios, apuntando a nuestro llanto de frustración, preguntándonos si queremos echar mano del saco salvavidas cuando nos ahogamos en nuestras propias aguas. 
Nuestra humanidad nos pone de rodillas. Pero de rodillas ante quién, ese el problema. 

El hermoso deseo que desde siempre me acompañó, el deseo de amar y la afinidad profunda de sentir mío el asunto de otro, luchar por la causa del otro como mi propia causa, sentir el palpito del dolor del otro como mío. 
Mi bendición y mi desgracia. Mis limitaciones son las culpables. 
Un desequilibrio que me grita y me golpea. Un desequilibrio que me dice que soy culpable. 

Exploto lentamente cada mentira que me ha sido dicha por mi peor enemiga.