Me gusta ver cómo nos dolemos, cómo crecemos, cómo de todas formas las corazas, las paredes y las murallas no sirven de nada, no son escudo para la herida; porque la herida misma se sale con la suya y trata de escapar del meollo de nuestro corazón donde la hemos enterrado.
Con una habilidad casi que majestuosa trata de emerger salvaje y frenética hacia la superficie, a mostrarse tal y como es, en todo su esplendor, sin censura, sin miedo a mostrar lo más repugnante de sí, sus llagas se convierten en palabras crueles y vagabundas,
vagabundas porque no tienen algún fin más que rondar al rededor y lastimar.
La herida anda queriendo dañarnos, pero yo ando queriendo lucharnos.
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